La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

sábado, 15 de octubre de 2011

Cambio global, ¿hacia qué? Hablemos claro

Me lo he pensado mucho antes de publicar este escrito, porque sé que va contra corriente, y que muchos de mis amigos, de dentro y de fuera de la red, no compartirán mis opiniones, y quizá algunos quedarán defraudados por ellas. Pero si nunca callé ni oculté mis ideas, incluso cuando la defensa de las mismas implicaba peligro inminente de cárcel o de algo peor, no voy a hacerlo ahora.
El movimiento 15-M nació como una expresión espontánea de descontento de miles de ciudadanos ante la crisis económica que nos atenaza, y de protesta contra el alejamiento de la clase política de los ciudadanos. Un movimiento que se pretendía regenerador de la democracia, y que en sus documentos prometía una regeneración de la vida política mediante la lucha contra la corrupción, la petición de reforma de la ley electoral, el acercamiento de los políticos al pueblo, etc. Un documento que yo apoyé desde el principio, después de un cierto escepticismo inicial (pueden verse mis numerosas entradas sobre el tema, que renuncio a citar), y del cual critiqué los excesos de ciertas minorías violentas, con la esperanza de que se impusiera la sensatez y la moderación. Un movimiento en el cual desde el principio convivieron dos almas diferentes: la de la regeneración democrática, que se recogía en los documentos consensuados y a la cual yo me adherí, y la de revolución antiliberal y anticapitalista, que no se reflejaba en los mínimos de consenso aprobados, pero que se imponía en las acciones y en las convocatorias concretas. Al final, por desgracia, ha triunfado esta última alma, y los que siempre pretendieron darle al movimiento ese carácter se han quitado la careta.

El movimiento afirma que “lo llaman democracia y no lo es”. Desde luego, nuestro sistema tiene muchos defectos, es claramente perfectible, y los primeros documentos de consenso del movimiento iban en la dirección adecuada. Pero una cosa es pedir un cambio en el sistema electoral o que los políticos deban ser responsables de sus promesas electorales, y otra es afirmar que “no nos representan”. ¿Cómo que no nos representan? Desde luego, cada uno se siente mejor representado por el partido que ha votado; la minoría que se ha abstenido quizá no se sienta representada por nadie, pero no olvidemos que éstos han abdicado de su derecho voluntariamente. Pero un auténtico demócrata acepta los resultados dictados por el conjunto de la ciudadanía y respeta los criterios de la mayoría, aunque no esté de acuerdo con ellos. En cambio, en el Movimiento 15-M han triunfado unos eslóganes que, si podían tolerarse al principio como algo eufemístico, metafórico, llamativo y movilizador, cuando vemos que se consolidan y se proclaman en los llamamientos y convocatorias, no podemos dejar de alarmarnos. Si los políticos no nos representan, ¿quién nos representa? Si esto no es una democracia, ¿qué tipo de democracia se propone? ¿Alguien de los que convocan ha conocido un tipo de democracia mejor? ¿Acaso la democracia orgánica, la democracia popular, la democracia asamblearia (y que pasa con los que no acuden a las asambleas)...? Cuando a la democracia comienzan a ponérsele adjetivos, los demócratas alzamos las cejas para no dejarnos engañar: el único adjetivo que yo admito es el de democracia representativa: un hombre (o mujer), un voto, y que nuestros representantes libremente elegidos actúen responsablemente; y si no cumplen con lo pactado, o alguien queda defraudado, no se les vuelve a votar, se cambia de opción y punto (sin prejuicio de las posibles responsabilidades exigibles). Si alguien puede –y debe– mejorar el sistema democrático son los políticos elegidos, en la forma y por las vías libremente aceptadas por la mayoría. ¿Cómo puede alguien en su sano juicio afirmar y mantener que una decisión adoptada por la amplia mayoría de los representantes del pueblo es un “golpe de estado”, y en cambio el criterio defendido por la ínfima minoría es lo auténticamente legítimo?

Se acercan las elecciones generales. Los promotores del 15-M (ahora 15-O) tienen ahora la oportunidad de medir sus fuerzas y su representatividad. ¿Se presentarán a las elecciones? Muchos de ellos lo harán, en las listas de ciertos partidos que recogerán parte de sus propuestas. Pero, ¿aceptará el conjunto del movimiento el resultado electoral? Los auténticos demócratas aceptaremos humildemente la decisión de las urnas, nos guste o no nos guste, como auténtica y única expresión de la voluntad popular. Y a los que compartimos los ideales de la izquierda, pero sin creernos representantes de nadie ni portadores de verdades absolutas, probablemente no nos gustará el resultado; pero continuaremos trabajando y estudiando calladamente, intentando explicarnos y explicar las causas de la crisis, buscando soluciones racionales, difundiendo nuestros ideales mediante la palabra, y oponiéndonos mediante la palabra y en la calle contra los retrocesos en las libertades y derechos conquistados que se nos quieran imponer. Pero, siempre con respeto hacia el pueblo soberano, trabajaremos por revertir el resultado previsible, para que en futuras convocatorias retornemos hacia la senda del progreso. ¿Qué harán los impulsores del 15-M (15-O)?
 
A esta peligrosa deriva contra la “clase política” en general, y contra el sistema democrático realmente existente, se une ahora otra tendencia que ha surgido recientemente y que ha tenido un cierto eco. Me refiero a la proclama antiideológica de “No somos ni derechas ni de izquierdas”. Sé que muchos participantes en las movilizaciones no compartirán este eslogan, pero lo he visto reproducirse como la mala hierba en demasiados muros, llamamientos y convocatorias como para permanecer callado. Yo pienso que cualquier persona es respetable independientemente de su ideología, e incluso si no tiene ninguna ideología. Pero de ahí a proclamar la antiideología como algo deseable, hay un mundo. Porque yo sí que me considero y me integro en el campo de la izquierda y me proclamo defensor de sus valores, aunque no comparta muchos de los clichés y tópicos de mis compañeros de ideología. Y me acuerdo alarmado de que los que proclamaban orgullosos que “No somos ni derechas ni de izquierdas”, al menos en mi primera juventud, eran los fascistas, los ideólogos del régimen de Franco, los que pretendían imponer su ideología totalitaria por encima de todas las otras ideologías.

Y la confluencia no es extraña: proclamaciones antidemocráticas, unidas a tendencias violentas (hasta ahora, afortunadamente minoritarias); desprecio por los políticos en general, e incluso por la política sin distinción de partidos e ideologías; proclamas antiideológicas... Todo ello unido al legítimo descontento, incluso a la desesperación, provocada por el paro y la crisis... Agítese y remuévase bien, y ahora retrocedamos en el tiempo y recordemos lo sucedido en la Alemania de la República de Weimar o en la Italia de los años veinte y treinta.

Y ahora, vamos con el cambio global. Desde luego, la crisis que nos azota no tiene precedentes en las últimas décadas; la mayoría la hemos sufrido de una otra manera: paro, rebajas de salarios, recortes de prestaciones, restricciones de todo tipo. Para añadir leña al fuego, la actuación de ciertos banqueros y de muchos políticos dista de ser ejemplar. Existen demasiados motivos para sentirse indignado; existen muchas razones para manifestarse y para movilizarse, para pedir un cambio global. Pero, ésta es la cuestión: ¿en qué dirección? Los organizadores de las movilizaciones no nos dicen hacia dónde pretenden dirigir la inmensa fuerza que pueden acumular; pero se han quitado la careta, y nos dicen lo que no quieren tener: el capitalismo. No es éste el lugar para analizar con profundidad en qué consiste el capitalismo; en alguna ocasión me he referido al tema, y continuaré haciéndolo en otras. Pero hay una cosa clara: la única alternativa global al capitalismo que hemos conocido, y la única que existe mientras no se muestre otra, tiene un nombre y un rostro inequívoco: el comunismo. Y el comunismo ya sabemos lo que ha producido en todos los países donde ha triunfado: dictaduras, algunas de las cuales entre las más feroces y sanguinarias que se han conocido; imposición de una burocracia corrupta sobre el conjunto del pueblo; hambre, miseria y muertes; atraso, anquilosamiento e ineficiencia por doquier... Claro, los organizadores lo saben y no quieren correr el riesgo de decirlo; prefieren mantenerse en la indefinición.

Desde luego, la crisis reclama un análisis serio de sus causas y de sus posibles soluciones. Es lícito exigir responsabilidades y cortar los abusos. Pero el análisis debe hacerse de manera sosegada, racional, aplicando el método científico, única manera mediante la cual ha progresado nuestro conocimiento sobre la realidad y nos ha hecho progresar y distanciarnos de las bestias; utilizando lo que se conoce sobre la ciencia económica, e intentando ir más allá, criticando los errores, modificando lo equivocado, descubriendo y aclarando lo que hasta ahora no se conocía; una tarea que deben hacer –y ya están haciendo, por fortuna– los especialistas, como en cualquier campo del saber, sin encerrarse en sus torres de marfil sino en contacto con la realidad y explicando y difundiendo lo que se descubre. Como decía, ya existen en la bibliografía disponible análisis razonables, no siempre coincidentes, pero de los que se pueden ir extrayendo conclusiones. De la crisis se saldrá; tardaremos quizá algunos años; serán necesarias medidas duras, impopulares –sangre, sudor y lágrimas, prometía Churchill en su famoso discurso de 1940–; serán necesarias reformas; pero éstas deben hacerse con criterios racionales y científicos, deben ser decididas y llevadas a cabo por los representantes democráticamente elegidos y deben explicarse claramente a la población. Y respecto a las responsabilidades y los abusos, éstos deben exigirse y cortarse, pero haciendo recaer todo el peso de la ley, y sólo el peso de la ley; y si la ley debe cambiarse, deben hacerlo, asimismo, nuestros representantes democráticamente elegidos, y nadie más.

Porque he leído y oído demasiados análisis simplistas, demasiados tópicos, demasiados gritos, demasiadas propuestas de soluciones que no resisten el más mínimo análisis lógico. Dejemos trabajar a los expertos, a los que saben, y si no saben, tienen las mejores herramientas y métodos para llegar a saber. Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española, afirmó una vez que “si cada español hablase de lo que entiende, y de nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio”. No se trata de poner límites a la palabra, al libre ejercicio del derecho de expresión; pero las proclamas demagógicas, las “soluciones” sin sentido, las consignas equivocadas, las movilizaciones sin dirección, sólo sirven para dar palos de ciego, para desembocar en callejones sin salida, y portarán a muchos jóvenes ahora ilusionados a la desesperanza y a la frustración.

Desde luego, es necesario un cambio, pero no en el sentido que se nos propone. Seamos claros: ni el cariz autoritario y antiidelógico, ni la poclama anticapitalista sin alternativa conducen a nada bueno. Ambos tienen en común la creencia de que se está en posesión de la verdad, de que los demás están adocenados, aletargados o alienados, o que directamente son los defensores del “capital”, de los “explotadores”, de los “banqueros”, de los “mercados”. Ambos son la semilla del totalitarismo. Desde luego, la mayoría de los jóvenes (o no tan jóvenes) de nuestros días que se sienten indignados y que participan en las movilizaciones no se reconocerán en esta descripción. Pero, ¿no proponían los jóvenes fascistas en los años veinte y treinta también una revolución contra los políticos y los capitalistas? ¿No eran obreros desencantados y desesperados los que votaron a Hitler en 1933? ¿No tenían ideales puros los que llevaron a los bolcheviques al poder en 1917, para acabar pocos meses más tarde con cualquier rastro de libertad? Hablemos claro: el totalitarismo tiene dos rostros: fascismo y comunismo. Los dos fantasmas asesinos del siglo XX, que provocaron decenas de millones de muertos. Las dos caras de un mismo monstruo, aniquilador de la individualidad y de la libertad humana, y causantes de la mayor miseria y sufrimiento. Éstos, en extraño maridaje, son los antecedentes y los ingredientes de lo que ahora se nos presenta. No cuenten conmigo.