La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

domingo, 14 de abril de 2013

Por la república


Imaginaos que el rey no hubiese sido nombrado por un dictador. Imaginaos que la historia que nos han contado sobre que el rey trajo la democracia, que la defendió heroicamente contra los golpistas durante el 23-F, etc., fuese todo cierto. Imaginaos que el rey no cazara elefantes, que él y su familia fueran modélicos, que Urdangarín fuese un honrado entrenador de baloncesto, etc. 

Imaginaos que en España hubiese habido cuatro repúblicas (aún serían menos que en Francia), y que todas ellas hubieran sido un desastre. 

Imaginaos todo lo que queráis. Pues aún así, todavía deberíamos continuar reivindicando la REPÚBLICA. ¿Por qué? 

- Porque creemos que la democracia y la transparencia deben llegar a todas las instituciones del Estado, incluida la jefatura.

- Porque pensamos que todos los ciudadanos deben ser verdaderamente iguales ante la ley y que nadie puede ser “irresponsables ante la ley”, como el jefe de estado actual.

- Porque nadie debe poseer ventajas estamentales o privilegios especiales de familia, sino que todos los que accedan a los cargos o instituciones públicas lo deben hacer habiéndose ganado la confianza de sus ciudadanos en unas elecciones libres.

- Porque lo que interesa de verdad de los cargos públicos, incluido el jefe de estado, no es su vida privada, sino su actuación pública, de la cual deben dar cuentas ante los representantes de la ciudadanía elegidos democráticamente.

- Porque creemos que la monarquía, como sistema mediante el cual una familia es portadora de la representación máxima del Estado y una persona ejerce el cargo de jefe del Estado por herencia, es una institución obsoleta y residual, herencia del Antiguo Régimen feudal, anterior a la modernidad, totalmente incompatible con la idea de igualdad de derechos de todas las personas e incluso con la democracia.
 
14 de abril, Día de la República

martes, 26 de febrero de 2013

Sobre un libro que no leeré

Hace poco oí una entrevista radiofónica a Alberto Garzón, economista y diputado de Izquierda Unida, que tenía como objetivo presentar su reciente libro La gran estafa. La seguí con gran interés, esperando escuchar algo nuevo, alguna alternativa válida en las propuestas de un economista de izquierdas representativo de los nuevos movimientos de contestación aparecidos recientemente. Sin embargo, he de decir que me defraudó profundamente: los mismos tópicos, las mismas teorías caducas, los mismos lugares comunes y falsas alternativas de siempre.

No pretendo hacer un análisis riguroso del contenido de la entrevista, ya que no puedo citar literalmente sus palabras. Me limitaré a exponer la impresión recibida, recogiendo lo esencial de sus argumentos y esperando no traicionar la esencia de su discurso; si cometo algún error grave, espero que alguien me corrija.

El primer lugar, y haciendo referencia al título de su libro, para él la crisis es, efectivamente, una estafa. Con ello recoge y se hace eco de la consigna popular “no es una crisis, es una estafa”. Y, efectivamente, en la crisis económica actual puede haber un gran contenido de estafa; pero, a falta de un análisis riguroso, si nos limitamos a la consigna no avanzaremos nada en la comprensión del origen y de las causas de la crisis, y de sus posibles soluciones.

Porque, para él, los “estafadores”, los causantes, y al mismo tiempo los beneficiarios de la crisis son los de siempre: los mercados, los bancos, las grandes empresas, el gran capital, etc., que se han beneficiado de la transferencia de recursos de los trabajadores hacia ellos. Claro; esto suena muy populista, y es recibido con complacencia por los oídos a los que se dirige. Pero este tipo de argumentaciones olvida que entre los bancos, los que se han revelado como inviables y han ocasionado más erosión a la Hacienda pública han sido algunas de las antiguas cajas de ahorro, gestionadas y dirigidas por instancias estatales, y que el conjunto de bancos privados y grandes empresas han visto recortado su patrimonio, como media, a la mitad desde el inicio de la crisis, tal como podemos observar sólo con mirar las cotizaciones bursátiles o el índice Ibex; y ello sin contar el gran número de pequeñas y medianas empresas que se han ido a la quiebra. Desde luego, los que más han sufrido la crisis han sido y son los trabajadores que han perdido su puesto de trabajo, o los que han perdido parte de su poder adquisitivo y prestaciones sociales; pero es demagógico afirmar que “el capital” (excepto unos cuantos ejecutivos aprovechados, a los que habría que ajustar cuentas) ha salido de rositas o se ha beneficiado de la crisis.

Por supuesto, el entrevistado se ha mostrado contrario al sistema económico actual. Pero, como casi siempre, no se ha atrevido a dar una alternativa clara. Únicamente ha apuntado su opción por una “banca pública” (como si no hubiésemos padecido las consecuencias de la catástrofe de las cajas de ahorros) y por la “nacionalización de grandes empresas” (como si no conociésemos la ineficiencia y el derroche de recursos que las empresas estatalizadas han supuesto en todas partes y en todas las épocas). Ha avalado, sin la menor crítica, a ciertas dictaduras tropicales, y se ha mostrado correferente de Rifondazione Comunista en Italia. En fin, se ha declarado partidario de una “economía al servicio de la sociedad”, es decir, fuertemente controlada por el Estado, burdo eufemismo de una economía colectivizada, de tipo socialista o comunista –pero claro, sin citar estas palabras (excepto en la referencia directa a sus correligionarios italianos), para no asustar a la gente–. Y ello, obviando que su concepción de la economía al servicio de la sociedad, “para que produzca lo que la sociedad necesita, y no lo que sea un negocio”, consiste precisamente en quitar a la sociedad los recursos económicos para traspasarlos al Estado, como si un puñado de burócratas pudiesen conocer de antemano “lo que la sociedad necesita” mejor que los propios ciudadanos interactuando libremente a través del mercado; y olvidando el fracaso de los sistemas colectivistas en todas las ocasiones en que se han experimentado, que han desembocado siempre en dictaduras burocráticas –o lo fueron ya desde sus inicios– por el mismo desarrollo normal de su idiosincrasia.

Pero cuando le han preguntado sobre soluciones concretas a la crisis, olvidando sus principios colectivistas, se ha mostrado partidario de “soluciones monetaristas”, bien sea recuperando para España la capacidad de la política monetaria (con otras palabras, salir del euro, obviando el empobrecimiento económico y el retroceso social que ello supondría), o bien aplicando dichas soluciones a escala europea. Y aquí, lamentablemente, cae en la misma contradicción que muchos otros de su corriente ideológica: por una parte, afirman que la crisis actual no es una crisis como otra cualquiera, sino una “crisis del sistema”, que sólo puede resolverse mediante una contestación global al sistema; por otra parte, se remiten, para salir de la crisis, a recetas de la más pura ortodoxia económica keynesiana, es decir, a medidas que se quedan completamente dentro del sistema. Pero lo más grave es que bajo el tecnicismo “soluciones monetaristas” (independientemente de la dudosa efectividad de dichas medidas) se oculta lo que en realidad significa: tirar de la máquina de hacer billetes, con la consiguiente inflación (que debería ser galopante, para que tuviese algún efecto real), devaluación de la moneda y empobrecimiento generalizado de la sociedad, y particularmente de sus sectores más productivos.

En el único punto en que estoy de acuerdo con lo manifestado por el señor Garzón, y he de destacarlo, es en su contestación respecto a la forma de estado monárquica, y en su opción republicana. La solución no es que el rey abdique en el “ciudadano Felipe” o en cualquier otro, sino que se convoque un referéndum donde el pueblo pueda manifestar libremente y pueda elegir entre monarquía y república.

En fin, y volviendo al terreno económico, pienso que las teorías del señor Garzón no sirven ni para salir de la crisis ni para construir una alternativa ideológica compatible con los valores de la izquierda (libertad, solidaridad, progreso, igualdad de derechos y de oportunidades, etc.) y con el método científico. Creo firmemente que, si se implementara la “alternativa global al sistema” que propone el señor Garzón, no sólo no se resolvería la crisis y el paro, sino que éste aumentaría y la economía se hundiría, precisamente en perjuicio de los más necesitados. Francamente, no me apetece leer su libro; uno tiene un tiempo limitado y debe seleccionar cuidadosamente sus lecturas. Esperaré que alguien que esté de acuerdo con sus presupuestos ideológicos lo lea y lo resuma, para poder hacer los comentarios pertinentes. Y mientras tanto, lamentablemente, no me queda más opción que relegar las teorías del diputado Garzón al grupo de las que, en una entrada reciente, yo calificaba de “otras opciones que han demostrado su fracaso tanto teórico como práctico”. Ésta es mi opinión.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Los ciudadanos exigimos soluciones

Estamos ya cansados de discursos, de prédicas y de monsergas, y exigimos soluciones a los problemas más acuciantes del país; en particular, al más dramático y preocupante, consecuencia directa de la crisis y origen de otros males que pueden llegar a ser trágicos: el paro. 

Y seamos claros: ni los economistas ni los políticos tienen una receta única y aceptada universalmente para resolver el paro y salir de la crisis, porque si la tuvieran, la expondrían claramente y ya la hubiesen aplicado; pero sí que tienen los medios para acercarse a la solución, que son el raciocinio y el método científico. Olvídense de prejuicios ideológicos, de intereses partidistas, y utilícenlos.

Existen, al menos, dos teorías económicas principales razonables sobre el origen de la crisis y las posibles soluciones: la teoría keynesiana y las teorías liberales plasmadas en su versión más coherente por la Escuela Austríaca de Economía; y digo razonables en el sentido de que existen distinguidos economistas, muchos de ellos con la aureola de su cátedra o incluso de sus premios Nobel correspondientes (no me refiero ahora a otras opciones que han demostrado su fracaso tanto teórico como práctico) que mantienen la una o la otra. La primera es defendida, de manera más o menos coherente, por los partidos socialdemócratas; la segunda no tiene representación política parlamentaria, puesto que aunque el Partido Popular se presentó con un programa "liberal" en la economía (aunque profundamente conservador y reaccionario en muchos otros aspectos), en la práctica ha llevado a cabo ciertos recortes en terrenos que deberían haber sido los últimos en ser recortados, ha mantenido intacta la estructura burocrática de un Estado hipertrofiado e ineficiente y ha engañado a sus electores con una subida masiva de impuestos en tiempos de crisis contraria a toda lógica económica.

Pero veamos: ambas teorías no pueden ser al mismo tiempo correctas. ¿Está el origen de la crisis en la "avaricia" de los "mercados" y los "especuladores", o en la manipulación de los tipos de interés por parte de los bancos centrales? ¿El problema es la falta de gasto o la escasez de ahorro? ¿Deben subirse los impuestos "a los ricos", o deben bajarse todo tipo de impuestos, sobre todo los que lastran el ahorro y la inversión? ¿La reforma laboral, ha provocado más paro aún, o bien se ha quedado corta? ¿Debe mantenerse, o incluso incrementarse, el gasto público solicitando para ello una moratoria en los compromisos de recorte del déficit, o debe reducirse decididamente el tamaño del Estado? ¿Puede el Estado impulsar por sí mismo el crecimiento, o deben liberalizarse todos los mercados a fin de que los empresarios puedan llevar a cabo sus proyectos y absorber el paro existente? A cada una de estas preguntas, y a otras muchas más que podríamos formular, cada una de las escuelas económicas en liza (la keynesiana y la liberal) nos dan respuestas contradictorias en un debate academicista y estéril que se prolonga desde hace décadas, mientras que nuestros políticos –de todo el arco parlamentario– están completamente desorientados, instalados en la ignorancia, en la ineptitud o en la indecisión, con propuestas incoherentes con lo que hicieron cuando gobernaban o con prácticas completamente contrarias a lo que prometieron, en un permanente diálogo de sordos que ya no interesa a nadie. Son indudablemente cuestiones complejas, pero a todas ellas debe haber una respuesta correcta, y sólo una, y ésta es independiente de la ideología o de los apriorismos; son cuestiones puramente técnicas, que deben abordarse, como ya he dicho, mediante la razón y el método científico.

No me voy a mantener neutral entre una postura o la otra, y no voy a ocultar mi mayor proximidad, después de algunos años de estudio, lectura y reflexión, por las propuestas liberales. En otra ocasión expondré con más detalle los motivos de esta opción personal. Pero lo que menos importa ahora es lo que yo opine; yo no soy economista ni político. Tampoco importa demasiado lo que opinan los políticos, porque la mayoría tampoco son expertos en la materia. No voy a ser yo el que pretenda desoír el resultado de las urnas, ni clamar por un gobierno de tecnócratas. Pero, como ciudadano, sí que exijo que se aclaren entre ellos, que olviden sus rencillas, sus intereses electorales particulares y sus ansias de poder, y que intenten buscar soluciones consensuadas, que solamente pueden venir por la vía técnica. También me siento en la obligación de pedir a los economistas que dejen la torre de marfil de sus cátedras y que bajen a la arena pública, al debate y a la confrontación de ideas con sus compañeros de claustro, con sus adversarios teóricos, e ilustren con su saber, quizá también con sus dudas, al conjunto de la sociedad. Ya sé que muchos economistas han intentado contribuir con sus libros o con sus artículos ofreciendo análisis y propuestas, desde la perspectiva de cada uno, en muchos casos muy valiosas. Pero ahora eso no basta; hay que mojarse, comprometerse en el debate en la calle, y quizá en la tareas de gobierno.

Los líderes de unos partidos y otros, por encima de la refriega parlamentaria, se han ofrecido la colaboración en diversos aspectos. Pero el terreno donde más urge la colaboración es el económico. Convoquen urgentemente comisiones paritarias de economistas de prestigio de una y otra opción, incluyendo también a aquéllos que puedan mantener una posición ecléctica. Promuevan el debate público y abierto. En nuestro país existen suficientes profesionales de la economía que puedan aproximarse a soluciones que nunca serán mágicas, que pueden no ser completas ni definitivas, pero que pueden indicarnos el camino. También existen ya suficientes experiencias de países que han seguido unas políticas u otras; obsérvense los resultados obtenidos, teniendo en cuenta las circunstancias de cada país. Confróntese las ideas y los datos con verdadero espíritu crítico, de servicio a la sociedad, por encima del prestigio profesional y de los intereses de capilla. Y después, los políticos, siempre respetando los resultados de las urnas y las mayorías parlamentarias, olvídense de sus intereses electoralistas y pongan por encima los intereses del país; expliquen con claridad a la ciudadanía los resultados y las conclusiones, aunque sean parciales, de los expertos, y pónganlas en práctica, por muy impopulares que puedan parecer. Todo esto no nos garantizará resultados infalibles e inmediatos, pero cualquier cosa es preferible al marasmo actual. La sociedad se lo exige.

domingo, 6 de enero de 2013

El telediario y los Reyes Magos


El telediario de TVE de mediodía de hoy me ha indignado profundamente. Todos los niños que han salido en el reportaje han recibido todo lo que habían pedido a los Reyes Magos, e incluso más; el mundo es perfecto y todo es felicidad por doquier. No se han acordado para nada de los millones de niños cuyos padres están en el paro o con graves dificultades y que sin duda no habrán podido, muy a su pesar, regalarles lo que deseaban; por no hablar de los niños sin hogar, etc. Me parece una muestra de desprecio por la realidad, de falta de respeto y de sensibilidad, insoportable en un medio público.