Hace poco oí una entrevista radiofónica a Alberto Garzón,
economista y diputado de Izquierda Unida, que tenía como objetivo presentar su
reciente libro La gran estafa. La
seguí con gran interés, esperando escuchar algo nuevo, alguna alternativa
válida en las propuestas de un economista de izquierdas representativo de los
nuevos movimientos de contestación aparecidos recientemente. Sin embargo, he de
decir que me defraudó profundamente: los mismos tópicos, las mismas teorías
caducas, los mismos lugares comunes y falsas alternativas de siempre.
No pretendo hacer un análisis riguroso del contenido de la
entrevista, ya que no puedo citar literalmente sus palabras. Me limitaré a
exponer la impresión recibida, recogiendo lo esencial de sus argumentos y
esperando no traicionar la esencia de su discurso; si cometo algún error grave,
espero que alguien me corrija.
El primer lugar, y haciendo referencia al título de su
libro, para él la crisis es, efectivamente, una estafa. Con ello recoge y se hace
eco de la consigna popular “no es una crisis, es una estafa”. Y, efectivamente,
en la crisis económica actual puede haber un gran contenido de estafa; pero, a
falta de un análisis riguroso, si nos limitamos a la consigna no avanzaremos
nada en la comprensión del origen y de las causas de la crisis, y de sus
posibles soluciones.
Porque, para él, los “estafadores”, los causantes, y al
mismo tiempo los beneficiarios de la crisis son los de siempre: los mercados,
los bancos, las grandes empresas, el gran capital, etc., que se han beneficiado
de la transferencia de recursos de los trabajadores hacia ellos. Claro; esto
suena muy populista, y es recibido con complacencia por los oídos a los que se
dirige. Pero este tipo de argumentaciones olvida que entre los bancos, los que
se han revelado como inviables y han ocasionado más erosión a la Hacienda
pública han sido algunas de las antiguas cajas de ahorro, gestionadas y
dirigidas por instancias estatales, y que el conjunto de bancos privados y
grandes empresas han visto recortado su patrimonio, como media, a la mitad
desde el inicio de la crisis, tal como podemos observar sólo con mirar las
cotizaciones bursátiles o el índice Ibex; y ello sin contar el gran número de
pequeñas y medianas empresas que se han ido a la quiebra. Desde luego, los que
más han sufrido la crisis han sido y son los trabajadores que han perdido su
puesto de trabajo, o los que han perdido parte de su poder adquisitivo y
prestaciones sociales; pero es demagógico afirmar que “el capital” (excepto
unos cuantos ejecutivos aprovechados, a los que habría que ajustar cuentas) ha
salido de rositas o se ha beneficiado de la crisis.
Por supuesto, el entrevistado se ha mostrado contrario al
sistema económico actual. Pero, como casi siempre, no se ha atrevido a dar una
alternativa clara. Únicamente ha apuntado su opción por una “banca pública”
(como si no hubiésemos padecido las consecuencias de la catástrofe de las cajas
de ahorros) y por la “nacionalización de grandes empresas” (como si no
conociésemos la ineficiencia y el derroche de recursos que las empresas
estatalizadas han supuesto en todas partes y en todas las épocas). Ha avalado,
sin la menor crítica, a ciertas dictaduras tropicales, y se ha mostrado
correferente de Rifondazione Comunista en Italia. En fin, se ha declarado
partidario de una “economía al servicio de la sociedad”, es decir, fuertemente
controlada por el Estado, burdo eufemismo de una economía colectivizada, de
tipo socialista o comunista –pero claro, sin citar estas palabras (excepto en
la referencia directa a sus correligionarios italianos), para no asustar a la
gente–. Y ello, obviando que su concepción de la economía al servicio de la
sociedad, “para que produzca lo que la sociedad necesita, y no lo que sea un
negocio”, consiste precisamente en quitar a la sociedad los recursos económicos
para traspasarlos al Estado, como si un puñado de burócratas pudiesen conocer
de antemano “lo que la sociedad necesita” mejor que los propios ciudadanos
interactuando libremente a través del mercado; y olvidando el fracaso de los
sistemas colectivistas en todas las ocasiones en que se han experimentado, que
han desembocado siempre en dictaduras burocráticas –o lo fueron ya desde sus
inicios– por el mismo desarrollo normal de su idiosincrasia.
Pero cuando le han preguntado sobre soluciones concretas a
la crisis, olvidando sus principios colectivistas, se ha mostrado partidario de
“soluciones monetaristas”, bien sea recuperando para España la capacidad de la
política monetaria (con otras palabras, salir del euro, obviando el
empobrecimiento económico y el retroceso social que ello supondría), o bien
aplicando dichas soluciones a escala europea. Y aquí, lamentablemente, cae en
la misma contradicción que muchos otros de su corriente ideológica: por una parte,
afirman que la crisis actual no es una crisis como otra cualquiera, sino una
“crisis del sistema”, que sólo puede resolverse mediante una contestación
global al sistema; por otra parte, se remiten, para salir de la crisis, a
recetas de la más pura ortodoxia económica keynesiana, es decir, a medidas que
se quedan completamente dentro del sistema. Pero lo más grave es que bajo el
tecnicismo “soluciones monetaristas” (independientemente de la dudosa
efectividad de dichas medidas) se oculta lo que en realidad significa: tirar de
la máquina de hacer billetes, con la consiguiente inflación (que debería ser
galopante, para que tuviese algún efecto real), devaluación de la moneda y
empobrecimiento generalizado de la sociedad, y particularmente de sus sectores
más productivos.
En el único punto en que estoy de acuerdo con lo
manifestado por el señor Garzón, y he de destacarlo, es en su contestación
respecto a la forma de estado monárquica, y en su opción republicana. La
solución no es que el rey abdique en el “ciudadano Felipe” o en cualquier otro,
sino que se convoque un referéndum donde el pueblo pueda manifestar libremente
y pueda elegir entre monarquía y república.
En fin, y volviendo al terreno económico, pienso que las
teorías del señor Garzón no sirven ni para salir de la crisis ni para construir
una alternativa ideológica compatible con los valores de la izquierda
(libertad, solidaridad, progreso, igualdad de derechos y de oportunidades,
etc.) y con el método científico. Creo firmemente que, si se implementara la
“alternativa global al sistema” que propone el señor Garzón, no sólo no se
resolvería la crisis y el paro, sino que éste aumentaría y la economía se
hundiría, precisamente en perjuicio de los más necesitados. Francamente, no me
apetece leer su libro; uno tiene un tiempo limitado y debe seleccionar
cuidadosamente sus lecturas. Esperaré que alguien que esté de acuerdo con sus
presupuestos ideológicos lo lea y lo resuma, para poder hacer los comentarios
pertinentes. Y mientras tanto, lamentablemente, no me queda más opción que
relegar las teorías del diputado Garzón al grupo de las que, en una entrada
reciente, yo calificaba de “otras opciones que han demostrado su fracaso tanto
teórico como práctico”. Ésta es mi opinión.