La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

martes, 26 de febrero de 2013

Sobre un libro que no leeré

Hace poco oí una entrevista radiofónica a Alberto Garzón, economista y diputado de Izquierda Unida, que tenía como objetivo presentar su reciente libro La gran estafa. La seguí con gran interés, esperando escuchar algo nuevo, alguna alternativa válida en las propuestas de un economista de izquierdas representativo de los nuevos movimientos de contestación aparecidos recientemente. Sin embargo, he de decir que me defraudó profundamente: los mismos tópicos, las mismas teorías caducas, los mismos lugares comunes y falsas alternativas de siempre.

No pretendo hacer un análisis riguroso del contenido de la entrevista, ya que no puedo citar literalmente sus palabras. Me limitaré a exponer la impresión recibida, recogiendo lo esencial de sus argumentos y esperando no traicionar la esencia de su discurso; si cometo algún error grave, espero que alguien me corrija.

El primer lugar, y haciendo referencia al título de su libro, para él la crisis es, efectivamente, una estafa. Con ello recoge y se hace eco de la consigna popular “no es una crisis, es una estafa”. Y, efectivamente, en la crisis económica actual puede haber un gran contenido de estafa; pero, a falta de un análisis riguroso, si nos limitamos a la consigna no avanzaremos nada en la comprensión del origen y de las causas de la crisis, y de sus posibles soluciones.

Porque, para él, los “estafadores”, los causantes, y al mismo tiempo los beneficiarios de la crisis son los de siempre: los mercados, los bancos, las grandes empresas, el gran capital, etc., que se han beneficiado de la transferencia de recursos de los trabajadores hacia ellos. Claro; esto suena muy populista, y es recibido con complacencia por los oídos a los que se dirige. Pero este tipo de argumentaciones olvida que entre los bancos, los que se han revelado como inviables y han ocasionado más erosión a la Hacienda pública han sido algunas de las antiguas cajas de ahorro, gestionadas y dirigidas por instancias estatales, y que el conjunto de bancos privados y grandes empresas han visto recortado su patrimonio, como media, a la mitad desde el inicio de la crisis, tal como podemos observar sólo con mirar las cotizaciones bursátiles o el índice Ibex; y ello sin contar el gran número de pequeñas y medianas empresas que se han ido a la quiebra. Desde luego, los que más han sufrido la crisis han sido y son los trabajadores que han perdido su puesto de trabajo, o los que han perdido parte de su poder adquisitivo y prestaciones sociales; pero es demagógico afirmar que “el capital” (excepto unos cuantos ejecutivos aprovechados, a los que habría que ajustar cuentas) ha salido de rositas o se ha beneficiado de la crisis.

Por supuesto, el entrevistado se ha mostrado contrario al sistema económico actual. Pero, como casi siempre, no se ha atrevido a dar una alternativa clara. Únicamente ha apuntado su opción por una “banca pública” (como si no hubiésemos padecido las consecuencias de la catástrofe de las cajas de ahorros) y por la “nacionalización de grandes empresas” (como si no conociésemos la ineficiencia y el derroche de recursos que las empresas estatalizadas han supuesto en todas partes y en todas las épocas). Ha avalado, sin la menor crítica, a ciertas dictaduras tropicales, y se ha mostrado correferente de Rifondazione Comunista en Italia. En fin, se ha declarado partidario de una “economía al servicio de la sociedad”, es decir, fuertemente controlada por el Estado, burdo eufemismo de una economía colectivizada, de tipo socialista o comunista –pero claro, sin citar estas palabras (excepto en la referencia directa a sus correligionarios italianos), para no asustar a la gente–. Y ello, obviando que su concepción de la economía al servicio de la sociedad, “para que produzca lo que la sociedad necesita, y no lo que sea un negocio”, consiste precisamente en quitar a la sociedad los recursos económicos para traspasarlos al Estado, como si un puñado de burócratas pudiesen conocer de antemano “lo que la sociedad necesita” mejor que los propios ciudadanos interactuando libremente a través del mercado; y olvidando el fracaso de los sistemas colectivistas en todas las ocasiones en que se han experimentado, que han desembocado siempre en dictaduras burocráticas –o lo fueron ya desde sus inicios– por el mismo desarrollo normal de su idiosincrasia.

Pero cuando le han preguntado sobre soluciones concretas a la crisis, olvidando sus principios colectivistas, se ha mostrado partidario de “soluciones monetaristas”, bien sea recuperando para España la capacidad de la política monetaria (con otras palabras, salir del euro, obviando el empobrecimiento económico y el retroceso social que ello supondría), o bien aplicando dichas soluciones a escala europea. Y aquí, lamentablemente, cae en la misma contradicción que muchos otros de su corriente ideológica: por una parte, afirman que la crisis actual no es una crisis como otra cualquiera, sino una “crisis del sistema”, que sólo puede resolverse mediante una contestación global al sistema; por otra parte, se remiten, para salir de la crisis, a recetas de la más pura ortodoxia económica keynesiana, es decir, a medidas que se quedan completamente dentro del sistema. Pero lo más grave es que bajo el tecnicismo “soluciones monetaristas” (independientemente de la dudosa efectividad de dichas medidas) se oculta lo que en realidad significa: tirar de la máquina de hacer billetes, con la consiguiente inflación (que debería ser galopante, para que tuviese algún efecto real), devaluación de la moneda y empobrecimiento generalizado de la sociedad, y particularmente de sus sectores más productivos.

En el único punto en que estoy de acuerdo con lo manifestado por el señor Garzón, y he de destacarlo, es en su contestación respecto a la forma de estado monárquica, y en su opción republicana. La solución no es que el rey abdique en el “ciudadano Felipe” o en cualquier otro, sino que se convoque un referéndum donde el pueblo pueda manifestar libremente y pueda elegir entre monarquía y república.

En fin, y volviendo al terreno económico, pienso que las teorías del señor Garzón no sirven ni para salir de la crisis ni para construir una alternativa ideológica compatible con los valores de la izquierda (libertad, solidaridad, progreso, igualdad de derechos y de oportunidades, etc.) y con el método científico. Creo firmemente que, si se implementara la “alternativa global al sistema” que propone el señor Garzón, no sólo no se resolvería la crisis y el paro, sino que éste aumentaría y la economía se hundiría, precisamente en perjuicio de los más necesitados. Francamente, no me apetece leer su libro; uno tiene un tiempo limitado y debe seleccionar cuidadosamente sus lecturas. Esperaré que alguien que esté de acuerdo con sus presupuestos ideológicos lo lea y lo resuma, para poder hacer los comentarios pertinentes. Y mientras tanto, lamentablemente, no me queda más opción que relegar las teorías del diputado Garzón al grupo de las que, en una entrada reciente, yo calificaba de “otras opciones que han demostrado su fracaso tanto teórico como práctico”. Ésta es mi opinión.

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