La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

viernes, 1 de abril de 2011

Resumen y comentario crítico del libro “Una crisis y cinco errores”

Una crisis y cinco errores, Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo,
LID Editorial Empresarial, 2009.

Con este comentario comienzo la recensión de una serie de libros y artículos sobre la crisis económica escritos desde diversos puntos de vista. Considero que la crisis actual es uno de los sucesos más importantes de la historia reciente, que ha tenido y tiene aún graves consecuencias, sobre todo para los más desfavorecidos, en forma de paro, recorte de ingresos y de prestaciones sociales, etc. Por ello, creo que es necesario recopilar información sobre los análisis que de la misma se han hecho, a fin de poder extraer conclusiones racionales respecto a las medidas que se han emprendido o puedan emprenderse para poder salir de ella.

Los autores, desde el punto de vista de un liberalismo que podríamos llamar “radical” (en contraposición al social-liberalismo que yo defiendo, que reconocería la necesidad de la intervención limitada del Estado para asegurar los servicios fundamentales y para realizar un cierto reequilibrio que asegure una existencia digna a todos los ciudadanos, –v., en este blog, la entrada “Qué significa para mi ser de izquierdas”–), analizan la crisis económica de 2007-09 argumentando contra cinco afirmaciones que se suelen hacer frecuentemente, cada una de las cuales configura un capítulo del libro.

Para poder distinguir entre lo que es resumen del libro y lo que son mis comentarios, escribo éstos en letra normal y el resumen que reproduce las ideas de los autores en cursiva.

1. La culpa política de la crisis es del liberalismo

Desde la caída del muro de Berlín, el liberalismo –o neoliberalismo– es, para algunos sectores, el chivo expiatorio de los males de la humanidad. Para estos sectores, la crisis habría sido consecuencia de la desregulación, de la eliminación de normas y controles y de la disminución del papel del Estado en las últimas décadas.

Sin embargo, los autores demuestran que el peso del Estado no ha disminuido en ningún país del mundo, ni mucho menos en España, donde el papel de las comunidades autónomas compensó con creces la reducción del Estado central, de manera que la intervención del Estado creció proporcionalmente más en España que en ningún otro país.

2. La culpa moral de la crisis es de la codicia

Si la codicia hubiera sido la causa de la crisis, siendo que la codicia está siempre presente en el ser humano, esta codicia tendría que haberse agudizado inmediatamente antes de producirse la crisis, cosa de la cual no hay ninguna prueba.

Por otra parte, sólo desde un fundamentalismo radical puede reputarse como viciosa la conducta habitual de las personas. Concretamente, no puede condenarse el afán por buscar el beneficio legítimo, que en condiciones de competencia sólo se puede obtener ofreciendo bienes o servicios que otros demandan.

Si en el origen de la crisis hubo un endeudamiento excesivo, éste fue provocado por la política monetaria de los bancos centrales, que intervinieron en los mercados forzando artificialmente a la baja los tipos de interés a comienzos de la década.

3. La culpa económica de la crisis es del mercado libre

Muchas personas piensan que el origen económico de la crisis está en unos ávidos banqueros que concedieron hipotecas a personas sin capacidad para pagarlas, de manera que la mayoría de estos banqueros quebraron y cortaron el crédito a familias y a empresas. Es decir, el mercado libre habría sido incapaz de generar un crecimiento sostenido y estable, y habría sido el Estado el que ha tenido que acudir para resolver el problema.

Esta visión omite, sin embargo, aspectos importantes de la realidad. El negocio bancario se basa en la capacidad de los bancos para captar recursos a la vista o a corto plazo y prestarlos a largo plazo. Esto origina una permanente situación de iliquidez, que puede convertirse en quiebra técnica si, ante un pánico bancario, los depositantes acuden en masa a retirar su dinero y el banco se ve obligado a vender sus activos a precio de saldo. Esta situación de permanente iliquidez sólo es posible gracias al mercado interbancario y a la intervención de los bancos centrales, que prestan diariamente fondos para cubrir las necesidades de los bancos. Pero esta intervención continua tiene efectos negativos, pues, a parte de la inflación producida, permite que con los préstamos recibidos a intereses artificialmente bajos se inicien proyectos que no serían rentables en condiciones de mercado libre; pero puesto que estas inversiones no están respaldadas con ahorro real, sino con depósitos a corto plazo, necesariamente fracasarán cuando los depositantes comiencen a reclamar su dinero y los tipos de interés suban. Al iniciarse nuevos proyectos poco rentables sin contar con recursos procedentes del ahorro real, se produce así un auge artificial de la actividad a corto plazo, y la gente tiende a endeudarse más, hasta que la burbuja se hincha y estalla. Cuando los deudores comiencen a dejar de pagar, el banco sufrirá problemas de morosidad y de liquidez, que pueden agravarse hasta la quiebra debida al apalancamiento.

Por tanto, este sistema difícilmente puede llamarse de libre mercado, ya que existen cuatro tipos de violaciones de la propiedad permitidas por el Estado o debidas a la intervención de éste o de los bancos centrales estatales: apropiación indebida de los fondos a la vista de los depositantes para invertirlos a largo plazo; no aplicación a los bancos de las leyes generales de suspensión y quiebra; regulación de normas contables distintas de las tradicionales (valor real en lugar de valor histórico), y existencia e intervención de los bancos centrales que crean nuevo dinero para refinanciar a los bancos privados.

Los autores explican detalladamente la génesis y el desarrollo de la crisis, a partir de la decisión de la Reserva Federal americana de mantener los tipos de interés artificialmente bajos entre 2002 y 2005. Esto impulsó a los individuos a endeudarse y a los bancos a otorgar hipotecas y préstamos al consumo a personas de dudosa solvencia, que se empaquetaron y se vendieron a todo el mundo en forma de activos respaldados por estos préstamos intoxicados. Al sobrevenir los impagos de estos préstamos, y al mismo tiempo estallar la crisis inmobiliaria, los bancos empezaron a sentir problemas de liquidez, pero al caer los precios de sus activos tóxicos, pronto entraron en situación de quiebra técnica; algunos de ellos quebraron efectivamente y otros tuvieron que ser intervenidos o nacionalizados total o parcialmente.

4. Es necesario rescatar a los bancos

La ayuda del Estado a los bancos se ha manifestado mediante tres estrategias distintas: la garantía total o parcial de los depósitos (medida adoptada como garantía total por Irlanda y de forma parcial por muchos otros países), la compra de activos tóxicos (en el caso de Estados Unidos) o depreciados (en el caso de España) a los bancos como manera de refinanciación, y la nacionalización total o parcial de los bancos quebrados (medida adoptada en primer lugar por el Reino Unido y después por otros países).

Aunque los autores reconocen los efectos nocivos que tendría una quiebra generalizada del sistema financiero, considero que la alternativa de rescate que proponen no es más que una quiebra más o menos ordenada, como ellos mismos reconocen unas páginas más tarde.

5. Es necesario aumentar el gasto público para crear empleo

Los autores critican el gasto público desde la perspectiva de que es más importante dar prioridad al ahorro que al consumo. El ahorro es esencial para poder general recursos de capital que aumentarán la productividad y garantizarán un mayor consumo en el futuro.

Sin embargo, considero que no debe olvidarse que la demanda de bienes de capital es una demanda derivada; nadie comprará los bienes de capital producidos gracias al ahorro si los bienes de consumo que van a producirse con ellos no son demandados. Por ello, aunque el ahorro sea necesario en general independientemente del ciclo económico, en época de crisis creo que no es incorrecto estimular el consumo puesto que hay escasez de demanda general. Y en este sentido, el gasto público puede contribuir a generar demanda, tal como indican las recetas keynesianas.

Para los autores, los puestos de trabajo creados mediante gasto público son improductivos, ya que no crean riqueza, como demuestra el hecho de que no pueden autosubvencionarse.

Sin embargo, creo que los autores olvidan el carácter de bienes públicos que tienen la mayor parte de lo que se produce por medio de los puestos de trabajo creados con gasto público, que por su propia naturaleza no pueden ser suministrados por el sector privado. Por tanto, no es cierto que los puestos de trabajo creados con gasto público no creen riqueza en ningún caso; crearán riqueza siempre que los bienes públicos producidos sean útiles (como la restauración de un monumento) o incluso sean bienes de capital (como una mejora en una carretera o una nueva autopista).

El gasto público sólo puede financiarse mediante impuestos más altos, que detraen fondos del gasto de las familias o de la inversión productiva, o mediante deuda pública, que reduce o encarece el crédito para las empresas. Así pues, los empleos que se crean mediante gasto público se destruyen por otra parte a causa del menor consumo o menor inversión en el sector privado.

Aunque no deben ignorarse las críticas a un gasto público excesivo, que son correctas en general, no hay duda de que alguna cantidad del gasto público es necesaria, puesto que mediante el gasto público se crean bienes públicos útiles que de otra forma no se crearían. Admitiendo esto, la labor del Estado en este sentido puede ser útil si se adapta al timing de la crisis aumentando la producción de estos bienes en tiempos de crisis. Es decir, es correcto limitar el gasto público en general, pero puesto que algún gasto público es siempre necesario para crear los bienes públicos que el mercado no suministra, considero que es mejor que este gasto aumente en tiempos de crisis y disminuya en tiempos de bonanza, lo cual tendrá como efecto suavizar el ciclo económico y facilitar la salida de la crisis incentivando el consumo. Este es el fundamento de las medidas “anticíclicas” propuestas por muchos economistas, como el famoso plan E de Zapatero.

Como medios para salir de la crisis, los autores abogan por un reajuste del precio de las inversiones (por ejemplo, de la vivienda), por una recolocación de factores productivos y por el fomento del ahorro. El Estado debe agilizar los procedimientos legales concursales y abstenerse de rescatar sectores productivos en quiebra (incluyendo los bancos), liberalizar el mercado de trabajo y otros sectores y reducir enérgicamente los impuestos, sobre todo los que gravan el ahorro.

Sobre el ahorro y el consumo podemos decir lo mismo que sobre el gasto público. En general, es positivo fomentar el ahorro para que pueda producirse inversión en bienes de capital, pero precisamente en tiempos de crisis también es necesario fomentar el consumo de los que pueden consumir, entre ellos el Estado, a fin de estimular la demanda. Respecto al rescate de empresas, creo que es necesario hacer una distinción especial hacia el sistema financiero, cuya quiebra generalizada produciría efectos catastróficos que los propios autores reconocen en otro capítulo.

Los autores defienden una salida de la crisis espontánea, sin la intervención pública: “... en la medida en que esta suerte de catarsis logre abrirse camino pese a la injerencia política [...] la economía tocará fondo y logrará recuperarse, tal y como lleva siglos haciéndolo tras todas las crisis provocadas por el sistema bancario privilegiado y agravadas por el poder político”.

Los autores defiendan una salida espontánea de la crisis, sin intervención del Estado. Desde luego, después de la catástrofe total, el sistema se recuperaría, pero a costa de una crisis mucho más profunda que la que estamos viviendo. Sin duda, la economía se recuperaría por sí sola “a largo plazo”; pero como decía Keynes, “a largo plazo, todos estaremos muertos”. Parece que la intervención de los estados ha evitado lo peor; los autores no han sido capaces de dar medidas alternativas al rescate bancario, ni han podido demostrar que la intervención del poder político haya agravado la crisis, aunque en algunos casos ésta haya podido ser insuficiente o tardía.

Conclusiones

Creo que los autores aciertan en tres de las cinco cuestiones que plantean. Los autores, inscritos en lo que podríamos llamar el liberalismo “radical”, hacen un excelente análisis de los orígenes de la crisis, basado en los presupuestos teóricos de Escuela Austríaca de Economía. Parece que las propuestas de coeficiente de caja del 100% (es decir, que los bancos adapten los plazos de los créditos concedidos a los plazos del ahorro realmente recaudado) podrían evitar las crisis cíclicas. Sin embargo, y puesto que existe el sistema financiero de coeficiente de caja fraccionario como hecho real, en su exceso libertario no son capaces de dar una propuesta realista de salida de la crisis, ya que renuncian voluntariamente a las recetas usuales de la macroeconomía basada en la síntesis entre las ideas keynesianas, de las cuales los liberales radicales abjuran, y otras aportaciones modernas.

Los prejuicios de los liberales radicales contra la interferencia del Estado en la economía, en gran parte justificados, les impiden reconocer los casos en que la intervención es necesaria. Es posible que con un sistema bancario basado en el ahorro real y sin las interferencias de los bancos centrales el sistema fuera más estable, pero teniendo en cuenta que el sistema real es el que es, se hace necesaria la intervención del Estado en algunos casos concretos; por tanto, las recetas usuales de la macroeconomía parece que son correctas.

Es evidente que el sistema financiero, tal como está, es inestable, y mientras no se reforme (antes de lo cual sería necesario ponderar adecuadamente los pros y los contras), parece que el Estado puede y debe intervenir para suavizar los efectos de las crisis regulando el sistema. Sin embargo, se trata de un tema sujeto a debate entre los propios macroeconomistas, y por tanto, es imposible, al menos para mí, obtener conclusiones definitivas sin un análisis y un estudio mucho más profundo.

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