La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

domingo, 27 de marzo de 2011

La frustrante dispersión en la izquierda

Ayer asistimos a una gran manifestación en Valencia. A las decenas de miles de asistentes nos unían muchas cosas: en primer lugar, un deseo de limpieza y honradez en la política, de gestión honesta, y una voluntad de cambio en un gobierno valenciano y en unas instituciones que consideramos que no satisfacen los intereses y las aspiraciones de la mayoría de los valencianos. Al mismo tiempo, estoy seguro que a la mayoría de los manifestantes nos unían unos valores de progreso, deseo de justicia, libertad e igualdad que yo considero patrimonio de la izquierda y que inspiran el contenido de este blog.

Sin embargo, una especie de fatalismo unía también a los manifestantes: casi todos éramos conscientes de que Camps, o quienquiera que el PP presente como candidato, ganará las elecciones autonómicas valencianas, y si un milagro no lo impide, la derecha ganará también las generales del año que viene. Y ello a pesar de las afirmaciones de la lectora del manifiesto final: la mayoría de los valencianos (y yo añadiría, de los españoles, por lo que se refiere a las generales) no desea que Camps continúe de presidente (o que gane la derecha). Si sumásemos todos los votos de los partidos de izquierda, y las numerosas personas de izquierdas que están pensando en abstenerse, lograríamos la mayoría. ¿Qué es lo que sucede, pues?

La respuesta es obvia. La derecha, desde hace años, tiene la lección bien aprendida: se presenta unida en una única opción política y electoral: extrema derecha, derecha pura, centro derecha, conservadores, neoconservadores, liberales de derecha, derecha fascista o derecha democrática, derecha clerical o laica, valencianistas de derecha o españolistas de derecha. Es igual; a ellos no les importan los matices: todos unidos, salvando alguna excepción pintoresca que siempre aparece, sin ninguna posibilidad. Concentración del voto, unidad que garantiza el triunfo.

Y ahora, contemplemos el triste panorama de la izquierda. En la izquierda siempre han abundado las ideas. Es lógico. Desde la izquierda no estamos conformes con lo que vemos; siempre aspiramos a cambiar, a mejorar, ya sea de tipo de sociedad, de modelo, de gobierno, de “forma de hacer política”... El problema es que cada uno tenemos nuestro “problema particular” que consideramos prioritario y que debe anteponerse a todo lo demás, y cada uno tenemos nuestro proyecto, nuestra particular cosmovisión que pretendemos imponer por encima de toda consideración: los “pacifistas” serán capaces de exhibir pancartas y lanzar consignas ajenas al espíritu unitario de la manifestación; los “ecologistas” nos hablarán de los grandes males del planeta y de la necesidad de cambiar nuestros hábitos de consumo, como si ello fuera tan fácil de conseguir a escala masiva; los “sindicalistas” se preocuparán por conservar o mejorar su salario, por encima de cualquier consideración sobre los problemas globales; las/los “feministas” insistirán en el carácter machista del lenguaje, y propondrán sofisticadas alteraciones de la lengua natural que no afectan en nada a los problemas reales de las mujeres; los “nacionalistas” se reunirán y se relacionarán preferentemente con los que hablan exclusivamente su lengua, aun por encima de la ideología; los socialistas no se conformarán con ser la fuerza mayoritaria de la izquierda, sino que aspiran a convertirse en fuerza única, en la “casa común”; los “anticapitalistas” nos dirán que es necesario un cambio de modelo de sociedad, aunque no acierten a definir cuál es ese modelo; los “comunistas” seguirán defendiendo sus teorías, a pesar del descrédito teórico e histórico.

Pero resulta que la pluralidad de ideas y propuestas es, en sí misma, enriquecedora. En la izquierda, todos somos pacifistas, en cuanto estamos en contra de las guerras de agresión y de la violencia como método de resolver los conflictos; todos somos ecologistas, porque nos preocupamos por el medio ambiente y por la conservación de la biodiversidad; todos somos sindicalistas, pues aspiramos a mejorar nuestras condiciones de vida y de trabajo; todos somos feministas, porque aspiramos a la completa igualdad de derechos y oportunidades de todos los seres humanos. E incluso, y aunque muchos no nos definamos así, todos compartimos algo con los nacionalistas, porque defendemos los derechos de todas las personas a expresarse en su lengua y a disfrutar de su cultura; todos tenemos algo de socialistas y de comunistas, porque a todos nos importa el interés social y el bien común, y todos tenemos algo de anticapitalistas y de antisistema, porque no nos gusta el “sistema” tal como funciona, creemos que el Estado debe intervenir para corregir las deficiencias, luchamos contra todo tipo de abusos, injusticias y corrupción y aspiramos a mejorar las condiciones de vida de toda la humanidad. Todos tenemos derecho a defender nuestras opiniones, nuestros proyectos, nuestras ideas o nuestros matices, y yo mismo lo he hecho y lo haré en este blog, donde defiendo a veces posturas que son demasiado “poco convencionales” entre la izquierda.

Pero el problema surge cuando todos estos “ismos” e “istas” se estructuran en familias, opciones, corrientes o partidos que se convierten en incompatibles unos con otros. El problema surge cuando los “pacifistas” intentan capitalizar la manifestación unitaria y la abandonan cuando comprueban que no podrán hacerlo; cuando los “ecologistas”, sin hacer ningún cálculo económico, miran con odio a los que defienden de buena fe la necesidad de la energía nuclear (con todas las precauciones, incrementos de medidas de seguridad que hagan falta) mientras no exista una opción realista alternativa; cuando los “sindicalistas” llaman traidor y vendido a los mercados y al capital al mismo gobierno al que votaron y probablemente volverán a votar, por el hecho de impulsar unas medidas necesarias para salir de la crisis; cuando algunas “feministas” afirman sin rubor que todos los hombres son unos violadores potenciales; cuando los “nacionalistas” consideran traidor a aquél que, aunque sea ocasionalmente, habla o escribe en la lengua del “imperio”; cuando los “socialistas” aspiran a absorber y a eliminar a todas las fuerzas de izquierda imponiendo una ley electoral arbitraria e injusta; cuando los “comunistas” intentan hegemonizar las organizaciones en que participan; cuando los “antisistema” miran con desprecio a todos los demás como si éstos formaran parte integrante de un mecanismo diabólico al que odian. El problema de la pluralidad de ideas surge cuando sólo sirven para la división y el enfrentamiento, cuando, en lugar de enriquecedoras, se convierten en empobrecedoras y esterilizadoras.

Y entiéndaseme bien. No estoy afirmando que todos los pacifistas, ecologistas, anticapitalistas, sindicalistas, feministas, nacionalistas, antisistema, caigan en todo momento y en todo lugar en los excesos reseñados. Pero debemos reconocer que existe en la izquierda una tendencia esterilizadora a la dispersión, a la desunión, al sectarismo, al enfrentamiento, a subrayar las diferencias, a la escisión, al enfrentamiento fratricida. Aquí nadie es puro: yo mismo he estado enfermo de algunos de estos “ismos”, y he caído y caigo constantemente en algunos de estos defectos; todos debemos de hacer autocrítica y estar vigilantes.

Miremos el panorama político: ante la acaparadora unidad de la derecha, ¿qué ofrece la izquierda a la sociedad? Una multiplicidad de opciones, de partidos, frecuentemente enfrentados entre sí, cada uno de los cuales se considera como “el Partido”, el único válido y casi el único existente. Hace pocos días, una militante de un partido creado hace menos de cuatro años, producto de uno de estos enfrentamientos de que hablaba, y sin apenas posibilidades de conseguir representación, intentaba convencerme nada menos que de que ellos son la auténtica opción de la izquierda para el siglo XXI; patético y triste a la vez. Y en el interior de cada partido, o para los propios votantes, nunca nos convencen nuestros líderes; siempre estamos en desacuerdo en algo. En mis largos años de militancia política, hemos malgastado –yo y todos mis camaradas– mucho más tiempo en discusiones y enfrentamientos internos que en intentar difundir nuestras ideas a la sociedad.

Creo que, como siempre, me he extendido mucho más de lo que quería. Sólo pretendía esbozar una reflexión, y al mismo tiempo un deseo. ¿No es posible que toda la pluralidad de ideas y proyectos se convierta en convergente, y no en divergente? ¿No es posible exponer nuestras preocupaciones y aspiraciones, y defender nuestros proyectos, desde una perspectiva unitaria y no disgregadora? ¿No es posible que consideremos a nuestro compañero de la manifestación de ayer como eso mismo, como un compañero con el que compartimos los mismos valores? ¿No es posible dilucidar nuestras diferencias mediante un debate enriquecedor y no frustrante, escuchando serenamente los argumentos de los demás, aceptándolos cuando los consideremos válidos o rebatiéndolos con otros argumentos y no con gritos o con descalificaciones, atendiendo a las cuestiones técnicas aunque nos parezcan complicadas, escuchando a los expertos cuando sea necesario? ¿No es posible, en fin, la unidad organizativa, o al menos electoral, de la izquierda, en que cada uno pueda exponer y defender sus opiniones pero acepte las decisiones de la mayoría, donde cada corriente u opción participe y tenga representación en la medida de su implantación, de manera integradora, sin que ninguna opción o partido actual pretenda imponerse o absorber a los demás? Estoy seguro de que sí que es posible. En nuestras manos está conseguirlo, y de ello depende nuestro futuro y el futuro de toda la sociedad.

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