La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

viernes, 25 de marzo de 2011

Los argumentos en contra de la intervención en Libia

Hace pocos días publiqué una entrada en que argumentaba a favor de la intervención armada internacional en Libia, que consideraba necesaria a fin de evitar una masacre inminente del régimen de Gadafi sobre la población civil. Como uno podía imaginarse, no ha habido unanimidad social en la necesidad de esta intervención. Se trata de un tema que me preocupa especialmente por dos motivos: uno, por la intrínseca gravedad del asunto (al fin y al cabo, se trata de una guerra); el segundo, porque es un tema que divide profundamente a la izquierda. Considero necesario abandonar cualquier tentación de descalificación de la opinión contraria: ni los que estamos a favor somos unos aliados de los imperialistas asesinos, ni los que están en contra son unos ingenuos antisistema. Por ello, creo que debemos intentar escuchar y entender los argumentos de los que defienden la opción contraria otorgándoles un crédito previo de legitimidad aunque no coincidamos con ellos; y eso es lo que he intentado hacer en el presente escrito. Creo que únicamente atendiendo a las razones se pueden llegar a comprender las opiniones diferentes, y aunque no siempre sea posible un acuerdo, esto nos ayuda a superar los enfrentamientos entre personas y organizaciones que defienden los mismos valores, subrayando lo que nos une y no lo que nos separa.

El principal argumento contrario a la intervención hace referencia a una ideología pacifista esencialista, que se opondría a todas las guerras como principio general, y más aún, incluso a la existencia de los ejércitos. He de decir que coincido con el espíritu de esta actitud y con el deseo profundamente humano que la inspira, y considero que la defensa de la paz es uno de los valores de la izquierda que inspiran este blog. Por ello, condenamos las guerras de agresión, de conquista o de rapiña, y en general cualquier tipo de inicio del uso de la fuerza entre personas, comunidades o estados. Sin embargo, no puedo coincidir en la visión esencialista del pacifismo, que se opone al uso de la fuerza en general. Por desgracia, existen en el género humano actitudes agresivas contra las cuales es necesario luchar o defenderse, siempre utilizando medios proporcionados con respecto a la agresión. Sin esta lucha, los violentos siempre triunfarían, siempre acapararían el poder, y la vida humana sería un infierno. Una actitud pacifista esencialista sería comparable a la pasividad ante una agresión a una persona, sobre todo cuando tenemos medios para impedirla.

Otro de los argumentos en contra de la intervención es la posibilidad de víctimas civiles inocentes. Es una obligación de los mandos militares utilizar todos los medios a su alcance para evitarlas, limitándose estrictamente a objetivos puramente militares. Y en este sentido, y a pesar de la torpe propaganda del régimen de Gadafi, al menos hasta el momento no se tiene constancia de víctimas civiles a causa de la intervención; las únicas víctimas civiles (o la inmensa mayoría) son las provocadas por los bombardeos aéreos y de la artillería de Gadafi, que es precisamente lo que la intervención pretende impedir. Pero la posibilidad de provocar víctimas civiles es algo que a todos nos horroriza, y que en una guerra no se puede descartar totalmente. Sin embargo, a veces es necesario elegir entre un mal posible y otro mal cierto e infinitamente superior, como es el bombardeo premeditado de civiles por parte del régimen de Gadafi y la matanza anunciada a bombo y platillo por la familia Gadafi si hubieran entrado en Bengasi.

Un argumento que me sorprende, como ya indique en mi anterior escrito, es el de la posibilidad de negociación. Sinceramente creo que esta posibilidad no existía, pues Gadafi se negó desde el primer día incluso a cualquier tipo de reformas. Y mucho menos existía tal posibilidad con el ejército de mercenarios a las puertas de Bengasi. No insistiré mucho en ello. Simplemente lo compararé con la posibilidad de aconsejar a una mujer víctima de la violencia de género, o a cualquier otra persona agredida y quizá a punto de ser asesinada por su verdugo, que negocie con él, en lugar de intentar socorrerla.

Se ha argumentado también que no se han agotado todas las posibilidades de salida pacífica, por ejemplo estableciendo canales para que los libios pudieran huir. Francamente, no creo que fuese posible la huida en masa de la mayor parte de la población de la Libia oriental bajo los bombardeos de Gadafi sin que se produjese una carnicería, y de todas formas la posibilidad de una vida incierta de destierro en campos de refugiados para una cantidad ingente de personas, que sin duda se hubiese producido si Gadafi hubiese consumado su victoria, no creo que sea una alternativa digna ni siquiera de considerar.

En todo caso, hay que recordar que no ha sido la coalición internacional la que ha iniciado o ha provocado la guerra, ni esta intervención va a provocar, según es previsible, desplazamientos o flujo masivo de refugiados; este flujo masivo ya se había producido al comienzo de los ataques de Gadafi a la población. La guerra ha sido provocada por la negativa de la familia Gadafi a atender las aspiraciones de su pueblo de libertad y democracia. La intervención internacional sólo se ha producido para evitar que en la guerra ya comenzada se incrementase exponencialmente el número de víctimas y refugiados.

Otro elemento argumentativo esgrimido es la comparación con otras guerras o con otras intervenciones militares: los que estábamos en contra de la guerra de Iraq deberíamos estar, por coherencia, en contra de esta intervención. Pero creo que es evidente para todos que la situación es totalmente diferente: en Iraq no había un bando rebelde que aplaude y agradece la intervención internacional como salvadora, ni había una población que, en ese momento, estaba siendo masacrada, a pesar del historial dictatorial y genocida en el pasado del régimen de Sadam Husein. Además, en Iraq no hubo resolución de las Naciones Unidas, los principales países europeos democráticos estaban en contra, y los argumentos para la intervención estaban basados en suposiciones dudosas que después se comprobó que eran burdas mentiras.

Ciertamente, los que se oponen a la intervención tienen razón en argumentar que existen otros lugares en que se producen injusticias y masacres, que quizá merecerían también una actuación similar: ¿porqué en Libia sí y en otros lugares no? Pero esto no me parece  un argumento suficientemente sólido contra esta intervención en concreto. En primer lugar, porque cada situación es diferente, y difícilmente existe en la actualidad una situación comparable en cuanto a masacre perpetrada a la población civil e inminencia de una matanza todavía mayor. En segundo lugar, porque, a pesar de las deficiencias de las Naciones Unidas como depositario de la legalidad internacional que ya señalé en mi escrito anterior, era necesaria una resolución de esta organización que sólo se produjo tras semanas de difícil negociación, o al menos se requiere un acuerdo generalizado entre los países democráticos para poder legitimar una intervención militar. No puede haber una potencia, ni siquiera un grupo reducido de países, que ejerza el papel de policía universal por su cuenta y riesgo. Argumentar que como no se puede intervenir en todos los casos en que sería necesario tampoco se debe intervenir en éste sería equivalente a que un equipo de bomberos que es solicitado a causa de diversos incendios en una ciudad se negase a apagar el más importante o cercano porque no puede acudir a apagarlos todos.

Un argumento repetido es que se trata de una agresión imperialista, motivada por la existencia de petróleo. La palabra “imperialista” es tan polisémica que al final no significa nada en concreto, al menos en este caso. Es obvio que no se trata de una guerra que tenga como objetivo imponer ningún régimen político ni económico, ni es una guerra de Occidente contra Oriente (la participación de algunos países árabes, además del acuerdo final con Turquía lo confirma). En la intervención tienen un mayor papel las democracias europeas que los Estados Unidos, que ya han anunciado su voluntad de ser un país más en la coalición. En cuanto al petróleo, ya existían acuerdos firmados con el régimen de Gadafi, que no creo que se vean modificados si los rebeldes llegan al poder. Quien realmente estaba robando el petróleo a los libios es el régimen actual, como demuestra el enriquecimiento personal de la propia familia Gadafi. Se ha llegado a apelar a la "solidaridad con el pueblo libio", cuando esta solidaridad nos exige precisamente acudir en su ayuda y defenderlo contra el genocida.

Tampoco creo que sea argumento suficiente la queja, en parte justificada, de que los mismos que han vendido armas a Gadafi y han negociado con él son los que ahora le atacan. Gadafi, después de un pasado turbulento y terrorista (recordemos el ataque contra el avión tripulado de la Lockerbie), había recuperado cierta credibilidad por su acercamiento a Occidente y por su persecución contra los terroristas a partir del 11 de septiembre de 2001. Ciertamente, continuaba siendo un dictador y un sátrapa; pero ha sido desde hace unas semanas cuando, a partir de las manifestaciones y protestas de la oposición, ha comenzado a atacar con armas de fuego a los manifestantes y a bombardear a su propia población. Luego la justificación para la intervencíón es reciente, y la situación es completamente distinta a la de años anteriores, sin que ello justifique la complacencia acostumbrada de los gobiernos occidentales respecto a regímenes dictatoriales por intereses comerciales o de otro tipo.

En cuanto a la falta de confianza en la fiabilidad del bando rebelde, creo que ésta puede estar justificada, pero ello no es motivo suficiente para no intervenir. El hecho de que la víctima no sea una santa (o un santo) no puede ser justificante para no impedir una agresión si podemos evitarla.

En definitiva, creo que los argumentos a favor de la intervención superan a los argumentos en contra. Efectivamente, la intervención ha evitado, con costes civiles nulos o mínimos, una masacre que sin duda se habría producido si las tropas de Gadafi llegan a entrar en Bengasi o en Misrata, y ha lanzado una señal inequívoca a los tiranos de todo el mundo de que sus fechorías no siempre quedarán impunes. Sin embargo, creo que ambas posturas son comprensibles, y desearía que este tema no sirva para atizar los enfrentamientos y profundizar aún más la división de una izquierda ya suficientemente desgarrada, ni para descalificar a ninguna fuerza de izquierdas por haber adoptado una u otra postura.

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