La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

sábado, 19 de marzo de 2011

¿Es necesaria la intervención armada en Libia?

No me andaré con rodeos. Por supuesto que sí. Y ahora intentaré explicar por qué yo lo considero así.

En mi escrito “Qué significa para mí ser de izquierdas” yo defendía la idea de que una posición de izquierdas implica una defensa radical y sin concesiones de determinados valores, entre los cuales se encuentra la paz; si nos atenemos a esto, sería plausible una actitud “pacifista” que condenara cualquier intervención militar. Sin embargo, a veces existe un conflicto entre valores; por ejemplo, también mencionaba como valores irrenunciables la defensa de la libertad, la solidaridad, la justicia y la defensa de los más débiles y la lucha contra la injusticia, la opresión y los privilegios. Y éste es un caso claro en que todos estos principios se oponen a la actitud pacifista ingenua, que simplemente permitiría a un tirano continuar masacrando impunemente a su propia población. En aquel mismo escrito preveía que podría tener justificación “la guerra de liberación contra una tiranía”, y “la intervención humanitaria armada”; la primera excepción justifica la lucha de los “rebeldes” contra la familia Gadafi, mientras que la segunda hace necesaria la intervención armada de la comunidad internacional contra él.

Porque las atrocidades de la familia Gadafi en contra de la civilización y en contra de su pueblo no admiten atenuantes. No se trata de hacer inventario de sus acciones bárbaras, que están ya escritas para la historia y por las cuales tendrán que dar cuentas ante los tribunales internacionales. Bástenos recordar sus amenazas de los últimos días, cuando, viéndose ya como triunfadores, afirmaban que entrarían en Bengasi “como Franco en Madrid”, que no tendrían piedad con los opositores, a los que liquidarían registrando “casa por casa”. Sin ninguna duda, una actitud abstencionista de la comunidad de países democráticos hubiera permitido a los verdugos realizar un auténtico baño de sangre entre la población, y hubiera acabado con las esperanzas de democracia y libertad, no sólo en Libia, sino en muchos otros países árabes o de otras partes del mundo. Desde luego, muchas voces ya se alzaban preguntándose qué hacía la comunidad internacional ante tantas barbaridades, y cómo podíamos dejar solos en su lucha a los que se habían atrevido a alzarse contra los tiranos.

Lo único de que podemos lamentarnos es de si la intervención llega ya demasiado tarde. Esperemos que no. Pero aquí no puedo menos que lamentar la estructura de la llamada “legalidad internacional”, configurada en torno a unas Naciones Unidas sometidas a la espada de Damocles del veto de ciertos países, entre los cuales algunos no democráticos, como China (dictadura feroz heredera directa de una de las tiranías más atroces y sanguinarias de la historia) y Rusia (con severas limitaciones en su funcionamiento democrático). Estas limitaciones han retrasado en demasía una resolución que debería haberse tomado hace semanas. Para mí, hubiese tenido igual legitimidad una decisión de la comunidad de países democráticos, aún sin el placet de dictaduras que tienen un máximo interés en la doctrina del “respeto a los asuntos internos de cada país”.

Alguien podría preguntar por qué en Libia, y no en otros lugares. Desde luego, la decisión de intervención en Libia, aun con las limitaciones que la misma comunidad internacional se ha autoimpuesto, es una señal clara a todos los tiranos del mundo de que no pueden masacrar impunemente a sus ciudadanos, que existe una comunidad internacional que, con todos sus problemas y limitaciones, no va a permitir cualquier atrocidad; la resolución es una bocanada de aire fresco para todos los que luchan por la libertad.

Y acabaré en un terreno en el que no me gustaría entrar, pero que no me es posible eludir. Al planear las ideas directrices de este blog (v. “Inauguración del blog Los valores de la izquierda”, me había propuesto criticar una serie de tópicos que, en mi opinión “debilitan la fuerza de la izquierda y dificultan la consecución de sus objetivos”. Pero pretendía hacerlo desde una perspectiva global de unidad de la izquierda, sin atacar directamente a ninguna de las corrientes o partidos que la conforman. Pero en esta ocasión no puedo evitar adoptar una actitud crítica ante la postura adoptada por Izquierda Unida en contra de la decisión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En un comunicado de fecha 18 de marzo, se afirma que “Izquierda Unida considera que la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dificulta gravemente el alcance de un alto al fuego en Libia y se reafirma en contra de cualquier intervención militar extranjera en el país”. Uno no puede más que preguntarse si Izquierda Unida sintoniza los mismos noticieros que el resto del mundo. ¿A qué “alto al fuego” se refieren? ¿Es que piensan que Gadafi estaba dispuesto a algún alto el fuego antes de la resolución? ¿Es que los compañeros de Izquierda Unida no oyeron las amenazas de hace dos días de la familia Gadafi? El eurodiputado Willy Meyer se opone a la resolución porque "da luz verde a una respuesta militar a la crisis en Libia" e insiste en la necesidad de "alcanzar una solución pacífica", proponiendo como solución "la presión político-diplomática para emplazar a las partes a un alto al fuego verificable con presencia de observadores internacionales y a que se establezca un calendario para unas elecciones que permitan al pueblo libio el ejercicio de su autodeterminación”. Ante estos cándidos deseos, uno no puede menos que quedar perplejo, preguntándose si estamos hablando del mismo país y del mismo conflicto. Desde luego, cualquier persona con dos dedos de frente y mínimamente informada sabe que las piadosas propuestas del compañero Meyer surtirían el mismo efecto que los rezos de una monjita ante el hacha de un verdugo ya levantada sobre el cuello de su víctima.

No nos llamemos a engaño. Estamos ante una guerra de aniquilación emprendida por la familia Gadafi contra las aspiraciones de su pueblo a la libertad. El principio de solidaridad en la lucha contra la opresión nos impone una intervención armada. Y debemos asumir que posiblemente habrá víctimas inocentes y bajas entre nuestras propias fuerzas; el deber del mando militar es minimizarlas. Pero no podemos esconder, bajo la excusa de un pacifismo iluso, una actitud de indiferencia que indudablemente permitiría al tirano –y a otros tiranos semejantes– perpetrar una masacre infinitamente superior. Aún estamos a tiempo de impedirlo.

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