La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

martes, 24 de mayo de 2011

El Movimiento 15-M y el tsunami electoral

En estos días hemos asistido a dos acontecimientos aparentemente contrapuestos: por un lado, el Movimiento 15-M, y por otro, la rotunda victoria del PP en las elecciones locales y autonómicas en casi toda España.

Durante la semana anterior a las elecciones, varios miles de ciudadanos participamos –en mi caso, he de reconocer que de manera marginal y con una inmensa dosis de escepticismo– en un movimiento que llenó las plazas más importantes de nuestro país con aires de renovación y transformación. Este movimiento vehiculizaba el justificado descontento e indignación de numerosas personas ante la crisis económica y ante la ineficacia de la clase política para afrontarla, e incluso para asumir un liderazgo ante la sociedad.

Los motivos de esta indignación están claros para todos y no hace falta insistir en ellos: un porcentaje de paro abrumador, sobre todo entre la juventud, y una falta total de perspectivas de futuro. Ante esta situación, los políticos han aparecido, en bloque, como una clase de privilegiados que se perpetúan en sus puestos de poder, amparados por una ley electoral completamente injusta y discriminatoria para con las minorías. Los partidos son vistos como maquinarias impersonales de poder, donde los aparatos dominan sobre las ideas y sobre las personas, imponiendo mediante listas cerradas a unos candidatos fieles a la línea del partido y de la dirección, candidatos que, una vez elegidos, se alejan de los electores, respecto a los cuales no tienen ninguna responsabilidad. Los programas electorales sólo sirven para ser incumplidos, y en las listas aparecen frecuentemente candidatos implicados en procesos de corrupción sin que nadie se inmute.

El Movimiento 15-M apareció como un factor regeneracionista contra este estado de cosas, como un despertar de la conciencia ciudadana aparentemente dormida. En este sentido, ha ejercido un papel catalizador e ilusionante, sobre todo para numerosos jóvenes muchos de los cuales era la primera vez que participaban en una movilización de estas características. Ha tenido también una influencia agitadora en los partidos, que se han dado cuenta de que no podían seguir ignorando las demandas de la ciudadanía.

Sin embargo, en el mismo carácter espontáneo y acéfalo del movimiento han residido sus debilidades. La misma diversidad y pluralidad de los participantes ha hecho que entre las justas aspiraciones a una mayor participación en las decisiones políticas y a una exigencia de responsabilidades de la clase política ante los ciudadanos, se hayan mezclado análisis y propuestas difícilmente justificables. Se equivocaba si alguien pensaba en serio que unas asambleas espontáneas y unas votaciones entre unas pocas personas podían sustituir la soberanía popular expresada en unas elecciones democráticas con voto universal y secreto, que reside en unas instituciones reguladas. Y aunque la clase política comparte en conjunto una gran parte de la responsabilidad, pretender que es lo mismo PP que PSOE o otras fuerzas de izquierda es incurrir en una grosera simplificación. Por otra parte, es normal que en un movimiento que pretende ser una “revolución” se arremeta contra todos los poderes existentes; pero pretender culpar de la crisis, en conjunto, “al sistema”, “a los bancos”, “a los mercados”, “a los políticos”, “a los empresarios”, etc., puede calificarse, como mínimo, de poco riguroso si no se realiza un análisis más profundo. Igualmente, tal como he expuesto y expondré en otras entradas de este blog, dudo mucho que pueda resolverse la crisis con medidas como un mayor aumento de los impuestos, la nacionalización de la banca, etc., que producirían unos efectos negativos mucho peores que profundizarían y agudizarían los problemas que se pretendían resolver, o con propuestas confusas como la del “reparto del trabajo con reducción de jornada” (deberían aclarar si esto lleva implícito el “reparto y reducción del sueldo”).

Y en este punto, cuando el Movimiento 15-M ya ofrecía muchas dudas en cuanto a su efectividad y continuidad, llegó el tsumani, en forma de triunfo arrollador del PP y de fracaso del PSOE en casi toda España, no suficientemente compensado por el ligero avance de EU. Muchos votantes de izquierda, participantes o no en las movilizaciones, pueden haberse visto desilusionados; a ellos les aconsejo que vean los acontecimientos con perspectiva histórica: el PP no va a ganar siempre en Valencia, ni en ninguna parte.

El resultado electoral, por más que esperado, no puede dejar de impresionarnos y hacernos reflexionar. ¿En qué medida ambos acontecimientos están relacionados? En primer lugar, hay que señalar que, más que avance del PP, lo que se ha producido es un hundimiento del PSOE. El electorado, más allá del alcance local de las elecciones, ha querido castigar al gobierno del PSOE. ¿Hasta qué punto estaba justificado este castigo? ¿No han servido de nada las políticas de impulsión de las libertades sociales (leyes de igualdad, de matrimonio de homosexuales, de ayuda a la dependencia, ampliación de la ley del aborto, proyecto de ley sobre una muerte digna...), las leyes y actuaciones que han mejorado la convivencia ciudadana (leyes sobre tráfico, con la consiguiente disminución de accidentes; leyes antitabaco –que, por cierto, en algunas de las conclusiones de las concentrados se pretenden abolir–...) y las medidas de protección social a los desempleados, etc.? Parece que apenas han servido para frenar la caída. Sin embargo, he de resaltar que me parece totalmente injusta la equiparación que entre muchos de los participantes y organizadores del Movimiento 15-M se hace entre el PP y el PSOE; los que padecemos el gobierno del PP en muchas comunidades y ayuntamientos, con el consiguiente deterioro progresivo en los servicios sociales básicos y el despilfarro a través de proyectos megalómanos, a parte de ciertas limitaciones de las libertades básicas (manipulación de los medios de comunicación y cierre de los que son poco afectos, como TV3 en el País Valenciano; inflación de candidatos imputados por corrupción...), sabemos de lo que hablamos, y los que ahora cambien hacia un gobierno local o autonómico del PP tendrán sobrada ocasión de comprobarlo.

De lo que sí que puede culparse al gobierno del PSOE es de sus vacilaciones y cambios de rumbo en cuestiones económicas, que han desorientado profundamente a sus electores. Una parte de las causas de estas oscilaciones se encuentra en la profunda quiebra del mismo proyecto socialdemócrata, que no ha sabido dar una respuesta coherente ante la crisis; hay muchos militantes y votantes del PSOE que aún creen de manera honesta en el mito de la dictadura de los mercados y de los especuladores, que todavía confían en que se pueden subir los impuestos de manera indefinida, que aún consideran explotadores a los empresarios de cualquier tipo, que todavía creen que se debe confiar en la banca pública o que piensan que el capitalismo y el mercado son males menores (para estos temas, véase mi serie de entradas sobre “Comentario crítico a Sartorius”, entre otras del blog, muchas de las cuales aún tengo en proceso de elaboración). En su primera etapa, al comienzo de la crisis, el presidente Zapatero creyó que se podía hacer política al margen de la economía, e impulsó –desoyendo o ignorando en ocasiones al propio ministro Solbes– unas medidas de gasto injustificadas y contraproducentes. Cuando se vio obligado a reconocer la crisis, perdió lamentablemente más de un año antes de emprender las medidas necesarias (retraso e insuficiencia en la reforma laboral, confiando en un consenso imposible entre empresarios y sindicatos; reforma financiera retardada por las injustificadas críticas a la privatización de las cajas; control del déficit, aprobando unos presupuestos irreales...). Y cuando se vio obligado a emprender medidas, estas fueron tardías, insuficientes y en algunos casos mucho más dolorosas de lo que hubieran sido un año antes. Además, los dirigentes socialistas no supieron explicar la necesidad de las medidas, quizás porque no creían en ellas, o, peor aún, quizá instalados en su torre de marfil, alejados de la ciudadanía, porque creyeron que no tenían la necesidad de hacerlo. Y aquí es donde ha surgido, o se ha acentuado, el alejamiento de los ciudadanos, que tenían derecho a una explicación convincente; es por ello que muchos votantes o potenciales votantes consideran al PSOE –injustamente en mi opinión, pero el efecto es el mismo– como aliados de “los mercados”, del “capital”, etc., equiparable a la derecha “neoliberal”. Los dirigentes socialistas no han sabido explicar que estas medidas, si eran las únicas que podían adoptarse desde el punto de vista racional en beneficio de la sociedad para evitar males mayores, no podían calificarse de “neoliberales” –calificativo despectivo que ha calado entre sus propios seguidores–; muchos votantes han castigado al PSOE por las medidas adoptadas, no porque fuesen inadecuadas, que en mi opinión no lo son, sino por incomprendidas.

En el ámbito del País Valenciano, a todo esto se ha unido la endeblez de la dirección y de los candidatos, y sobre todo, un desinterés patente por la lengua y la cultura propias, simbolizada en la práctica desaparición de las referencias al Partit Socialista del País Valencià, subsumido en una entelequia bajo el nombre de “Socialistes Valencians”. Todo esto ha hecho que incluso mucho de los que optamos por votarlo lo hicimos prácticamente por eliminación (v. mi entrada “A qui votaré en les pròximes eleccions?) y con profundo malestar y desgana.

Respecto a otras fuerzas de izquierda, parecería que muchas reivindicaciones del 15-M se acercaban a las propuestas políticas de Izquierda Unida, y quizá las movilizaciones contribuyeron al aumento de votos de esta formación. Sin embargo, gran parte de este aumento, recurrente siempre que el PSOE baja, estaba ya decidido de antemano, y muchos manifestantes vieron con cierta suspicacia el intento –lógico, por otra parte– de aproximación o de capitalización por parte de IU, formación a la cual veían como un partido tradicional más. Creo que las movilizaciones beneficiaron, más bien, a otras fuerzas minoritarias, como –en el País Valenciano– Compromís, formación a la cual las encuestas previas no daban opciones y muchos de cuyos candidatos más relevantes habían tenido –siempre desde mi punto de vista– una actuación inaceptable desde el punto de vista ético (actuación que muchos votantes, sobre todo los más jóvenes, probablemente no conocían o no recordaban).

Teniendo en cuenta que entre los “indignados” debía haber muy pocos votantes del PP, parece que, al menos a corto plazo, la movilización ha perjudicado profundamente al PSOE, perjuicio no compensado suficientemente por el aumento de otras fuerzas de izquierda. ¿Quiere ello decir que el 15-M ha sido perjudicial para la izquierda en su conjunto? No creo que deba sacarse tampoco esta conclusión; creo, más bien, que deben extraerse conclusiones positivas, sobre todo a medio y a largo plazo. El 15-M puede ser tremendamente positivo, si se toma en sus justos términos: si alguien piensa que se puede hacer “la revolución” acampando en una plaza pública, se equivoca profundamente. Sin embargo, el movimiento ha servido para despertar las conciencias en torno a una serie de aspiraciones esenciales para la izquierda (la exigencia de una profundización de la democracia, la voluntad de participación política, la necesidad de justicia y de libertad, el deseo de un mundo mejor, la lucha contra la corrupción, la búsqueda de soluciones para los problemas sociales...). Más allá de sus posibilidades de continuidad en el futuro, el impulso de cambio y la ilusión que ha generado no deben perderse; las reivindicaciones más válidas y más compartidas (como la modificación de la ley electoral o la exigencia de que los políticos den cuentas de su gestión) deben continuar, por muy complicada que parezca su consecución. También deben servir como una advertencia a los partidos políticos, sobre todo a los de izquierda, que no pueden ignorar lo sucedido. Los partidos deben entender que no pueden seguir actuando al margen de los ciudadanos, alejados de los electores y sin dar explicaciones de sus decisiones.

Pero, igualmente, los organizadores y los participantes en las movilizaciones deben comprender que la consecución de sus objetivos será prácticamente imposible si pretenden permanecer alejados de la política real, situándose por encima de la sociedad y de las instituciones y más allá del bien y del mal. Deberán organizarse en estructuras con forma representativa, pues el puro asamblearismo se agota en sí mismo rápidamente. Asimismo, deberían medir la validez de sus conclusiones y propuestas sometiéndolas al juicio y, en su caso, al voto del conjunto de la sociedad: en democracia, no hay otra vía posible. Es decir, deberían constituirse en un movimiento sociopolítico organizado, concretar sus reivindicaciones y contrastarlas y negociarlas con los partidos políticos constituidos o con las instituciones representativas. Otra vía posible es la de constituirse en un nuevo partido político –cosa que en mi opinión sería lamentable, pues ahondaría aún más la división de la izquierda–, o bien integrarse en alguno o algunos de los partidos existentes para impregnarlos de sus ideas. En este sentido, recordemos que Stéphane Hessel, autor del libro ¡Indignaos! y uno de los inspiradores de la protesta, recomendaba a los jóvenes en una entrevista publicada en el diario Público que se integrasen masivamente en el Partido Socialista (en su caso, francés) para enriquecerlo con nueva sabia. Quizá sería bueno que todos le hiciésemos caso.

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