La libertad guiando al pueblo (Eugène Delacroix, 1830. Museo del Louvre, París)

domingo, 29 de mayo de 2011

15-M: El consenso necesario para el triunfo

“El 15-M nació para quedarse”, tal como se dice en un artículo aparecido hoy en el diario Público: “...pase lo que pase, el 15-M ha dejado ya una huella que no podrá borrarse como si nada hubiera ocurrido. E impregnará sobre todo al conjunto de las izquierdas, les guste o no a sus dirigentes.”

Este movimiento refleja la actitud de indignación ciudadana que ultrapasa las consecuencias de la crisis económica: no solamente se sienten indignados los millones de parados, los trabajadores con contratos y sueldos precarios, los que han perdido su vivienda o los que hemos visto rebajados nuestros salarios, o los que tenemos un amigo o un familiar en una situación difícil. Aunque todo esto ya es motivo suficiente de indignación, existen otro tipo de motivos más duraderos y persistentes en el tiempo, y anteriores e independientes de la crisis: la existencia de un sistema político que, aunque sea democrático, es profundamente insatisfactorio: una ley electoral injusta que no sólo penaliza a los partidos minoritarios, sino que consagra un sistema bipartidista que impide a los ciudadanos organizarse políticamente en opciones distintas de las ya consagradas; el carácter de los partidos políticos excesivamente cerrados en sí mismos y poco sensibles a las propuestas de la sociedad, en los cuales se privilegia más la fidelidad a los aparatos que las propuestas innovadoras; las limitaciones del propio sistema representativo, que condena a los ciudadanos a la pasividad que se reduce a la emisión de un voto cada cuatro años; la opacidad de los gobernantes, que toman decisiones que, independientemente de que sean correctas o no, no se sienten en la obligación de explicar, etc. Todo esto ha tenido como consecuencia la percepción por parte de la ciudadanía de la clase política como una casta de privilegiados alejada, en la que “todos son lo mismo”, especialmente los partidos mayoritarios.

En un anterior escrito sobre el tema, expresé mi opinión en el sentido de que el Movimiento 15-M ha ejercido un papel catalizador e ilusionante y una influencia agitadora en los partidos, que se han dado cuenta de que no pueden seguir ignorando las demandas de la ciudadanía. Sin embargo, el mismo carácter plural del movimiento hizo que se multiplicaran y se dispersaran en exceso los análisis y las propuestas. Ante ello, los propios concentrados en la Puerta del Sol han llegado el día 25 a una serie de cuatro puntos o líneas de consenso, que a mi modo de ver sintetizan la esencia de las transformaciones necesarias ante las deficiencias del sistema político actual:

“1/ Reforma electoral encaminada a una democracia más representativa y de proporcionalidad real y con el objetivo adicional de desarrollar mecanismos efectivos de participación ciudadana.

2/ Lucha contra la corrupción mediante normas orientadas a una total transparencia política.

3/ Separación efectiva de los poderes públicos.

4/ Creación de mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política.”

Creo que sería necesario potenciar estos cuatro puntos como auténticas líneas programáticas del movimiento. Son cuatro puntos suficientemente claros y coherentes para que puedan ser asumidos por ciudadanos de cualquier ideología pacífica y democrática, comprometidos con la profundización de la democracia, sean militantes de partidos o no. Sería necesaria una concreción técnica de estos puntos, para lo cual debería concurrir la labor de expertos en cada uno de los temas.

Ciertamente, estos cuatro puntos no satisfarán a todos los participantes en el movimiento: yo, por ejemplo, añadiría el cuestionamiento de la monarquía como máxima expresión antidemocrática del sistema actual, residuo de las estructuras estamentarias medievales. También añadiría el impulso a la enseñanza de calidad, sobre todo en lo que respecta a una visión científica y racional de la realidad. Y puestos a pedir, consideraría un factor democratizador de la sociedad la supresión de subvenciones a la Iglesia, a los sindicatos, a las organizaciones empresariales, a los partidos políticos y a otras organizaciones marcadas ideológicamente, que deberían autofinanciarse por medio de sus seguidores. Otras personas no estarán de acuerdo con alguna o algunas de estas propuestas, o añadirían otras con las cuales yo no estaría de acuerdo, como un aumento de los impuestos, la existencia de una banca pública o incluso un cuestionamiento general del sistema económico. Pero debemos ser conscientes de que, aunque todo pueda ser objeto de debate, por cada punto que añadamos restaremos como potenciales seguidores a aquellos que no estén de acuerdo con dicho punto.

Por ello, creo que, si se pretende que el Movimiento 15-M refleje un auténtico grito de la ciudadanía, los cuatro puntos indicados representan un adecuado consenso de mínimos que permitiría una movilización masiva. Los partidarios de cada propuesta que exceda dichos puntos tienen suficientes cauces –incluyendo numerosos partidos políticos a su elección– para reivindicarlas y luchar por ellas. Pero si consiguiéramos una auténtica unidad respecto a dichos puntos, el movimiento atraería la atención y la participación de una ciudadanía cada vez más amplia –incluso de los que al principio manteníamos una actitud escéptica y reticente, a causa de la dispersión de análisis y propuestas iniciales y de los ataques disgregadores contra la fuerza mayoritaria en la izquierda–. No olvidemos que para triunfar, las propuestas del movimiento deberían ser aceptadas por la mayoría de la sociedad; pero estos cuatro puntos, como programa mínimo, podrían ser asumidos hasta incluso por muchos de los militantes de partidos mayoritarios, y a los aparatos les sería extremadamente difícil ignorarlos o oponerse a ellos. El movimiento tendría amplias posibilidades de extenderse e impregnar a la mayoría de la sociedad; ¡la revolución podría triunfar!

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